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jueves, 21 de febrero de 2013

Regálame un vestido de palabras ( #HistoriasdeBar )

Puedes encontrarte con muchos regalos en esta vida, pero pocos pueden superar el encontrarte con personas con las que conectas con solo una mirada, o unas frases lanzadas al azar. Así  ha ocurrido con  @anitaideas [ blog ].  Sin su ayuda, su complicidad y sus collejas, no hubiera sido posible escribir este relato a 4 manos. Esperamos, sinceramente, que os guste.

Regálame un vestido de palabras.


Recién puesta la terraza y ya está hecha un asco, ¡qué ganas tengo de que acaben las obras del Parking de al lado!... No hago más que sacar las mesas y ya tengo que estar limpiándolas otra vez. Mientras yo le doy a la bayeta veo, por el rabillo del ojo, cómo se acerca Luis por la acera de enfrente, tan arreglado como siempre, de buena mañana. Me saluda con la mano y mirando a los dos lados, cruza la calle corriendo, directo hacia mi.

- ¡Buenos días, guapísima! - me saluda muy contento, a la vez que me planta dos besos, algo inaudito en él.
-¿Me puedes hacer un favor muy grande? - me pregunta casi sin aire después de la carrera.
- Hombre, si es fácil - le contesto, riendo.
- Muy fácil. Mira, cuando venga María dentro de un rato, le das este sobre. ¿De acuerdo? - me interroga con la mirada, para estar seguro de que lo había entendido.
- Pues sí que es fácil. ¡Cuenta con ello! - le contesto, cogiendo un pequeño sobre marrón que me pasa con las dos manos, como si su contenido fuera algo muy importante y valioso.
- Muchas gracias por el favor. De verdad. Te debo una - me dice, mientras se gira y comienza a alejarse sonriendo.
- ¡Oye! - le grito mientras se marcha - ¿Hoy no desayunas?
- Hoy no, gracias ¡Tengo prisa! - me contesta mientras vuelve a cruzar la calle corriendo.

Y allí me deja. Plantada en la acera con la terraza a medio montar y el sobre en la mano recordando, con una sonrisilla pintada en la boca, un par de magdalenas de chocolate que empezaron una hermosa historia hace unas semanas en el bar. Por desgracia, en este trabajo no hay mucho tiempo para pensar, porque enseguida llegarán a almorzar los trabajadores de la obra y será el caos. El tiempo pasa muy deprisa y cuando me doy cuenta de la hora que es, se me ha pasado la mañana.
A eso de las dos, justo cuando había salido a no fumar (no fumo, pero sí que me suelo tomar un respiro) veo llegar a María. Está guapísima con un vestido largo de verano y el pelo recién cortado de peluquería. Las uñas cuidadas y pintadas de color vino, un poco de colorete y un leve toque de brillo en sus labios. Menuda diferencia con la sombra de mujer que pedía las copas de anís de buena mañana hace poco más de un mes. No hay mejor medicina que la ilusión, para un corazón malherido, pensé.

Al verme sonríe y me pregunta:
- ¿Has visto a Luis?
- ¿A Luis? - le contesto mirándola extrañada - Si chica, ¡qué despistada estoy! Disculpa. Vino esta mañana por aquí.
- ¿Esta mañana? - me replica un poco contrariada - ¿Y entonces... no está aquí, ahora, esperándome?
- No. Vino esta mañana temprano y se fue sin desayunar - le contesté.
María, defraudada, se queda de pie delante de mí en medio de la acera. Sospecho que ella esperaba encontrarse con Luis en el bar. Al verle la carita de pena, de repente me acuerdo:
- ¡Calla! - le digo, golpeándome la frente - Me dejó un sobre para ti. ¡Qué despistada estoy! Espera y te lo acerco.
- Vaya. ¡Gracias! - me contesta María, todavía un poco confundida.
Entro rápido en la barra a por el sobre marrón que había dejado esta mañana en la caja y al salir me la encuentro con los brazos cruzados. Esperando. Mi instinto me dice que el hecho de que no esté Luis, la ha decepcionado.
- Toma - le digo dándole el pequeño sobre marrón.
- Gracias - me contesta mientras se gira ligeramente para abrir el sobre, apartándose un paso hacia la calzada, buscando un poco de intimidad cerca de un árbol.

A pesar de su maniobra, me doy cuenta de que le ha cambiado la cara al leer la carta que había dentro del sobre. Se ha girado hacía mi sonriendo de oreja a oreja, me ha dado las gracias justo antes de salir disparada a coger un taxi que, en ese momento, pasaba por delante. Y allí me he quedado yo, en la puerta del bar, con las manos en los bolsillos viendo cómo se alejaba el taxi y guardándome las ganas de saber qué había en ese sobre. En fin, espero que un día de estos, alguno de los dos se pase por aquí a contármelo.

"Hola María, estas últimas semanas me has hecho la persona más feliz del mundo y quisiera devolverte todo el cariño y el amor que me has dado, pero para ello necesito que confíes en mi. Ya sé que en el pasado, te han hecho mucho daño, pero quiero que eso quede ahí... en el pasado. Déjame ayudarte a volver a confiar en las personas, en los hombres y sobre todo en mí. Te espero en mi casa, a las tres.
Un beso.
Luis"

Mientras la relee por tercera vez en el taxi, María no puede dejar de sonreír. Lo cierto es que en las últimas semanas la relación con Luis se ha ido volviendo cada vez más importante para ella. Casi sin casi darse cuenta, cada día pasado con él ha resultado un día feliz. Desde que él le regaló esas magdalenas, mantuvo la promesa que le hizo aquella mañana y ha estado a su lado, ayudándola a superar su problema con la bebida y haciéndola sentirse como hacía mucho que no se sentía... sencillamente: una persona, una mujer.

El taxi se para al lado de la acera y María paga la carrera, saliendo justo enfrente de la dirección que indica la carta. Una pequeña casa, sencilla pero aseada, con unos macizos de flores delante. "Confianza", le pedía Luis. Era tan difícil después de todo por lo que ella había tenido que pasar. Recuerda cómo su matrimonio derivó en un infierno de malos tratos, golpes y gritos... pero todo eso quedaba en el pasado. El presente y quizá el futuro, estaba esperándola dentro de esa casa. Se ajusta el bolso y camina decidida hacia la entrada.

Está a punto de llamar al timbre cuando ve otro sobre, un poco más grande pegado a la puerta. Lo abre y dentro descubre otra nota y un pañuelo:
"María, confía en mí. Véndate los ojos con el pañuelo y llama al timbre. Luis".
No está preparada para esa sorpresa. ¿Confianza y además ciega? ¿No estará pidiéndome demasiado? Bien es cierto que había sido ella la que le había estado dando largas a este encuentro desde hace unos días. Necesitaba estar completamente segura de lo que quería hacer. María se queda pensativa con el pañuelo azul salpicado de estrellas blancas, en la mano, parada delante de la puerta. ¿Qué querría de ella, Luis? ¿Cómo se atrevía a pedirle todo eso, sabiendo además cosas de su pasado que no se había atrevido a contar a nadie más? Se tiene que sentar en un pequeño banco que hay en la entrada. Con el pañuelo en su mano todavía, recuerda el pasado que gracias a este hombre parecía muy lejano. Golpes y maltratos, humillaciones, sentirse menos que nada, una inútil... a punto estuvo entonces de ceder a todo y de perder hasta la poca dignidad que le quedaba después de tanto tiempo soportando ese infierno. Menos mal que su ex marido, un día como otro cualquiera se fue, dejándola sola y malherida, pero viva. Todavía tuvo que pasar mucho tiempo sola, dudando hasta de ella misma y de si habría hecho bien las cosas hasta que ese día Luis la rescató de su propio olvido. Hasta que él supo ver debajo de las capas de desesperación a la mujer que ahora estaba sentada dudando delante de su puerta. Y si él había sido tenido la paciencia y la intuición necesarias, si había sido capaz de descubrirla debajo de todas esas capas de dolor... Si la había ayudado con toda esa paciencia y cariño, ¿qué tenía ella que decir? ¿Cómo podía, ahora, desconfiar del hombre que la había rescatado de sus propios fantasmas?

María se puso lentamente en pie y plantándose decidida delante de la puerta, se ató la venda a los ojos y pulsó el timbre. A lo lejos, se escucharon unos pasos y la puerta se abrió. Un olor conocido. A lo lejos empezó a sonar "The Touch of Your Lips" de Chet Baker ...
- ¡Hola, Luis! - saludó María a una sombra delante de ella.
- ¡Hola, María!, me alegro de verte. Gracias por confiar en mí. Bienvenida - le contestó Luis cogiéndola de la mano.

A partir de ese momento, María recuerda todo lo que sucedió como si fuera un sueño... y así es como me lo cuenta esta tarde de lluvia, delante del café que le acabo de poner en la mesa del fondo del bar.
-¿Sabes? - me dice María mirándome fijamente mientras, pensativa, le da vueltas al azúcar en su café - Sólo los recuerdos hermosos que podamos atesorar en la vida, consiguen calentarnos el alma cuando el frío nos aprieta el corazón. Tengo que confesarte que cuando recuerdo lo que sucedió aquella tarde de verano en esa casa aún desconocida, me siento extraña. Como si no hubiera sido yo la mujer que entró allí con los ojos vendados. Lo recuerdo todo con muchísimo detalle, pero como si lo hubiera visto en una película, en la que nosotros dos éramos los protagonistas.
- Verás - me dijo - y María empezó a contar...
.
..
...
Era esa hora perezosa y tan peligrosa de la siesta en verano, justo cuando los sentidos se relajan y se dejan llevar hacia lugares donde las sombras refrescan el calor y nos permiten agudizar los sentidos. Ella, menuda y graciosa, mirando hacia el suelo sin ver, hablaba con un hilo de voz al aire. No sabía en qué consistía el juego pero intuía que él estaba atento a cada una de sus palabras. Podía notar que se bebía su presencia con la urgencia del que ha esperado mucho tiempo ese momento. Se sentía observada, estaba segura de que la miraba sin perderse detalle: de sus manos, de su gesto, de los mechones de cabello que se escapaban rebeldes. Eso las mujeres lo saben con una sabiduría antigua.

Así que ella le dijo al aire, citando una vieja película:
- "Y si alguna vez ellos se vieran a solas, podrían quedar en una habitación a oscuras, donde él se las arreglarías para vendarle los ojos. Hablarían durante horas (o lo que fuera que sucediera). Y cuando todo hubiera terminado, simplemente podrían decidir si verse o no. Ya que, a veces, las historias no tienen porque terminar", ¿no crees?

El sonrió. No le contestó, pero cogió su mano firmemente y la ayudó a caminar. La guiaba girando de vez en cuando la cabeza, comprobando que la mujer que le seguía no era un sueño que fuera a desvanecerse en cualquier instante. Ella dio un ligero traspiés e intentó protestar, pero él le puso un dedo en los labios, acallando su protesta. Aprovechando la circunstancia, ella le dejó un beso en el dedo. Parece que habían llegado a su destino. Él la soltó de la mano y ella se quedó quieta, indecisa. Solo se movían sus mechones rebeldes y el precioso vestido largo que había elegido para la cita. Lo tenía desde hacía tiempo, pero nunca había tenido ocasión de estrenarlo. Estaba hecho con una de esas telas tan sutiles que parecen tejidas con briznas de esperanza. De repente escucha unos ruidos, parece que él ha ido a bajar un poco más una persiana para amortiguar el sol que, a esas horas, inundaba de luz las paredes blancas. No puede verlo bien, pero nota cómo poco a poco las sombras ganan terreno en la habitación. Esta se ha quedado en penumbra y puede sentir el aire más fresco en la piel de sus brazos. Ella nota cómo él la ha cogido otra vez de la mano y escucha cómo ha cerrado una puerta detrás de ellos. Con mucha suavidad la ha acercado hasta tropezar con lo que cree serán los pies de una cama. Ella no puede reprimir un escalofrío, se siente segura con él cerca, pero también se sabe frágil a la vez. Además solo puede intuir sombras, adivinar olores, pero no puede verlo. Esta indefensa. Lo escucha moverse detrás de ella y al instante, lo siente pegado a su cuerpo abrazándola delicadamente por detrás, con todo su calor, sus olores de hombre y le oye susurrar con su voz grave al oído:
- Háblame de ti. Quiero saberlo todo de la mujer que me ha hechizado. De la mujer valiente que ha aceptado mi reto. Quiero conocer tus dolores y tus penas, tus sacrificios, tus pérdidas. Quiero que me las des todas a mi, que me las entregues confiada, despojarte de ellas, robártelas, para poderlas perder yo por el camino que vamos a emprender juntos. Quiero que me pases el peso de tus fantasmas, quiero todos tus miedos. Te quiero desnuda de ellos para que así, limpia, sólo quede la mujer con la que quiero compartir el resto de mi vida.

Mientras él le dice todo esto con su voz grave muy cerca de su oído, siente cómo sus fuertes manos la estrechan, a través de la fina tela del vestido, en un abrazo cálido, inmenso, lleno de amor y de pasión. Y ella no puede reprimir que resbalen unas lágrimas por sus mejillas.
- No llores mi amor - le escucha decir, mientras besa cada lágrima de su cara.
- Lloro de alegría - le contesta ella - lloro porque soy feliz.

Y ella se abre, deja escapar toda la pena acumulada y empieza a hablarle de cuando era niña, de sus miedos, de sus temores, de sus esperanzas. De su adolescencia y esos sueños que quedaron abandonados en un rincón demasiado pronto. De su matrimonio, cargado de dolor y rabia. Y con cada confesión él desabrocha un botón del vestido y ella completamente abandonada a ese juego, se deja hacer. Él va dejando caer así, uno a uno, sus miedos. La despoja de sus temores a través de su propia confesión hasta que el vestido, por sí mismo, cae al suelo. Se ha quedado en ropa interior, pero él todavía no la toca. Tan solo leves roces en la cintura, en la espalda, cerca del pecho, un beso leve y suave en el cuello que la hace estremecer... Esa intimidad suave y dulce hace que ella empiece a notar la excitación en su piel, comienza a sentirse realmente deseada. Sabe que la está mirando despacio, que no tiene prisa. Intuye que él memoriza cada rincón de su piel, cada peca, cada arruga para hacerlas suyas y un cosquilleo en el estómago le anuncia esa sensación que hacía tanto tiempo que ella no era capaz de sentir. Puro y simple deseo. Él le pide que cuente sus miedos más íntimos, sus deseos prohibidos. Aquellos sueños secretos que nunca se ha atrevido a confesar a nadie y mientras tanto, con movimientos suaves y delicados la ayuda a desprenderse de su última defensa, su ropa interior... Ella lo siente muy cerca, puede oler su presencia animal contenida. Nota cómo sus movimientos agitan el aire de la habitación, cada vez más pesado y no puede evitar sorprenderse al sentirlo completamente desnudo a su espalda. Otro abrazo, esta vez más íntimo y sensual, piel con piel. Nota su sexo duro, expectante, buscando refugio entre sus nalgas. Refugio que ella le concede abriendo ligeramente las piernas. Con abrazo tan especial la acuna lentamente unos instantes y luego se separa. Vuelve a coger sus manos, llevándola hacia delante, hasta el borde de la cama y la ayuda a tumbarse. Ella ha decidido dejarle atravesar todas las barreras y dejarse llevar por sus manos cálidas, por su pasión.

El calor ha aumentado en la habitación y las primeras caricias consiguen excitar su piel. Intenta pudorosa tapar su sexo, pero él le aparta las manos suavemente y las guía hacía arriba, ayudándola a sujetarse en los hierros del cabecero de la cama y ella le obedece. Nota cómo sus pezones se van poniendo duros cada vez que él los roza suavemente. Siente cómo su cuerpo, que creía marchito para siempre, despierta con la urgencia del que quiere sentir cada vez más. No le importa la venda, es más, ha descubierto que le gusta la sensación de guiarse por otros sentidos, por la intuición, las ganas y no solo por lo que sus ojos puedan ver. Nota sus manos y el sexo de él rozarse contra sus muslos. Acerca una de sus manos y le agarra con fuerza, no está dispuesta a dejar que se escape este sueño también. 

Lo quiere duro y todo para ella. Delicadamente, sin hacer movimientos bruscos, como temiendo espantarla, él se acomoda a su lado y le susurra:
- Ahora vamos a soñar en voz alta. Hemos atravesado muchas capas de miedo y soledad cada uno de los dos por separado hasta llegar aquí, así que quiero conocerte bien. Quiero que me cuentes todo y que lo sepas todo de mí. Quiero regalarte un vestido de palabras, para cubrir tu cuerpo y que nunca más los miedos se apoderen de tu corazón.
Despacio, con miedo a despertar de esto que tanto se parecía a un sueño, ella ha acomodado su cabeza en el hueco de su hombro y agarrada a su sexo, ha empezado a recitarle despacio un viejo poema...

"Regálame un vestido de palabras
con el que cubrirme cuando tenga frío
en esos días que la angustia aprieta
el corazón se encoge y gana el olvido"

Y allá se quedaron, tumbados el uno al lado del otro, construyéndose un mundo nuevo sin prisas, con palabras que creían los dos olvidadas, abrigados solo por el calor de una tarde cualquiera de verano, que siempre ella recordará como el sueño más hermoso de toda su vida.
-¿No crees? - me pregunta María, dándole el último sorbo a su café, al terminar de contarme su historia.
- Espera que deje de llorar - le contesto mientras saco el pañuelo del bolsillo y me sueno estruendosamente - ¡Ay! - suspiro.
- Hola chicas - saluda Luís desde la puerta. ¿Nos vamos María? - le pregunta inclinando hacia un lado la cabeza - va a empezar la película.
- Si. Vamos. Dime que te debo - me pregunta María.
- Deja mujer - le contesto - Invita la casa.
- Pues muchas gracias. Hasta mañana.
- Hasta mañana pareja - les contesto mientras ellos ajenos ya a mi saludo, se van cogidos de la mano por la acera hacia el cine.

Mecachis, pienso, hay que ver esta mota de polvo que se me ha metido en el ojo... no hay manera de dejar de llorar... pienso mientras limpio la mesa.


Comentarios: 

Yolanda Armas dijo

Que historia mas bonita. Mientras la leia, me sentia como Maria y podia verla revivir.

Luismi dijo

Una pega importante, se me ha hecho muy corto.

meco dijo

¡Hola Netbook!
Gracias por tu relato donde se expresa el amor de un hombre y una mujer en sus aspectos de juego, romance, pruebas de fe y confianza para la mujer por parte del hombre, dándose a suponer una maduración del romance hacia una relación estable, dentro de una descrición fluida, amena y colorida en sus detalles, dibujando con claridad cada escena y su atmósfera emocional a través de la psicología femenina, pues se trata de situaciones, encuentros entre los protagonistas, clientes o conocidos de la mesera y ésta, contados por ella, sobre todo la confesión que le hace María del primer encuentro amoroso pasional con Luís.
Los relatos de fidelidad entre personas tienen infinitas posibilidades en los que se mezclan, en un coctel interminable, todas esas variantes: amigos en que uno de ellos da la vida por el otro, compañeros de estudios en que uno de ellos arriesga su vida por salvar la de su compañero, e incluso enemigos entre sí y uno de ellos se compadece de su adversario: en el último instante, cuando va a caer en el vacío, le tiende su mano para que no muera, colgando de un madero, en un puente que está a punto de caer, puede asirse a la mano salvadora de su enemigo...
Las variantes son interminables. Así nos prueba a todos la Vida. Estos relatos nos ayudan a crear la Conciencia Despierta para hacer aquello que nos Ella dicta, en el momento justo, para beneficio del agobiado por una necesidad vital, aunque al realizar esa ayuda corramnos el riesgo de perder nuestra propia vida, o de echo la perdamos porque no hay otra alternativa.
Saludos cordiales Netbook.
Emilio Ubal López
emilioubal44@yahoo.es
 

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